jueves, 10 de septiembre de 2015

PROYECTO DE VIDA

El peso del rencor




El tema del día era el resentimiento, y el maestro nos había pedido que lleváramos papas y una bolsa de plástico. Debíamos tomar una papa por cada persona a la que guardáramos resentimiento, escribir su nombre en la papa y guardarla en la bolsa. Algunas bolsas eran realmente pesadas. El ejercicio consistía en llevar la bolsa con nosotros durante una semana. Naturalmente, la condición de las papas se iba deteriorando con el tiempo.
La incomodidad de acarrear esa bolsa en todo momento me mostró claramente el peso espiritual que cargaba a diario y me señaló que, mientras ponía mi atención en ella para no olvidarla en ningún lado, desatendía cosas más importantes. Descubrí entonces que todos tenemos papas pudriéndose en nuestra “mochila” sentimental.

Este ejercicio fue una gran metáfora del precio que pagaba a diario por mantener el resentimiento derivado de cosas pasadas, que no pueden cambiarse. Me di cuenta de que cuando dejaba de lado los temas incompletos o las promesas no cumplidas, me llenaba de resentimiento. Mi nivel de estrés aumentaba, no dormía bien y mi atención se dispersaba. Perdonar y "dejar ir" me llenó de paz, alimentando mi espíritu.
La falta de perdón es como un tóxico que tomamos a gotas cada día, hasta que finalmente termina por envenenarnos. Muchas veces pensamos que el perdón es un regalo para el otro, y no nos damos cuenta de que los únicos beneficiados somos nosotros mismos.

El perdón es una declaración que puedes y debes renovar a diario. Muchas veces la persona más importante a la que tienes que perdonar es a ti mismo, por todas las cosas que no fueron de la manera como pensabas. La declaración de magnanimidad es la clave para liberarte. ¿Con qué personas estás resentido? ¿A quiénes no te es posible perdonar? ¿Eres infalible, y por eso no puedes perdonar los errores ajenos? Perdona, y así serás perdonado. Recuerda que con la vara que mides serás medido.



¿Me puedes dar algo para la tusa?





POR: XIMENA SANZ DE SANTAMARIA C.*

Pretender que el dolor desaparezca como por arte de magia es una forma de ‘sacarle el quite’ momentáneamente a lo que tarde o temprano tendrá que enfrentar.        
“Prefiero un dolor de muela o tener ganas de vomitar antes que sentir esto que estoy sintiendo y que no se me quita”, me decía una joven desesperada, porque llevaba tres meses llorando y sufriendo por haber terminado su relación de pareja.
La “tusa”, entendida como el despecho o el duelo por la terminación de una relación de pareja, es algo muy común por lo que pasan todos los seres humanos sin importar el género, la edad, el estrato social, la cultura, etc. Es una vivencia inevitable porque todos en algún momento se enamoran de otra persona que pueden llegar a perder y tener así que pasar por el intenso sufrimiento que esto conlleva. Las razones para que una relación se termine pueden ser muchas: infidelidad, falta de amor de una de las partes, diferencias irreconciliables, maltrato, entre otras.
Pero independientemente de la razón, terminar una relación de pareja es siempre doloroso porque con ello desaparecen también los sueños y planes que se tenían a futuro, se pierde la cotidianidad ya habitual con la pareja, queda un vacío por todas las cosas que se dejaron de hacer y surgen preguntas y cuestionamientos sobre por qué se terminó la relación las cuales van acompañadas de una sensación de culpa por no haber hecho más, por no haber hecho algo diferente, etc.
Después de tres años y medio de relación, esta joven veía su futuro en compañía del novio. Habían hablado de irse a vivir juntos, de casarse, tenían planes de estudiar en el exterior y construir una vida estable en pareja. Pero un día, sin ninguna razón aparente, él empezó a dudar de todo eso: comenzó a decirle que tal vez iban muy rápido, que todavía eran jóvenes, y que era mejor que tuvieran otras relaciones antes de tomar la decisión de pasar el resto de la vida juntos. “Nunca entendí de dónde salió ese cambio, por qué de un momento a otro empezó a dudar de todo. Yo traté de mostrarle de muchas formas que no necesitaba a nadie más, que ya había vivido lo que tenía que vivir y que tenía claro que quería mi vida con él. Pero a partir de un cierto momento me di cuenta que no podía remar sola”, decía ella llorando porque a pesar de todos sus intentos para mantener la relación, la decisión de su ex pareja había sido terminar.
Además del dolor normal que esto genera, a esta joven la atormentaban muchas preguntas, toda clase de pensamientos sobre posibles escenarios relacionados con el pasado y el futuro, y un constante desasosiego generado por todos esos pensamientos que no lograba hacer desaparecer: ¿Por qué le había terminado? ¿Será que había otra persona? ¿Será que él la había dejado de querer y no era capaz de decirle? ¿Le habría faltado a ella hacer algo para que la relación no se terminara? ¿Será que había sido demasiado intensa, que lo había presionado mucho? Así pasaba los días sin poderse concentrar en otra cosa, sin trabajar, llorando y con un desasosiego que le estaba empezando a afectar el sueño. Su aspiración era poder dejar su relación en el pasado y recuperar su tranquilidad para poder empezar a pensar en su presente y reconstruir su vida sin el ex novio.
El primer paso para lograr este propósito fue empezar a canalizar sus pensamientos, darles un espacio para romper el círculo vicioso en el que ella había caído de ‘querer no pensar’, porque pensar en no pensar es pensar dos veces (Nardone, 2009). Al canalizar los pensamientos, empezó a descubrir que había otros factores que estaban contribuyendo a aumentar su ansiedad: estar revisando constantemente las redes sociales para ver qué estaba haciendo su ex novio, si había fotos con otras mujeres, si salía, si no salía, etc. Se dio cuenta que esta  era una forma de seguir viviendo su presente en función de su ex pareja, y así pudo comenzar a introducir cambios en su comportamiento y en sus actividades diarias.
Fue un proceso emocionalmente muy desgastante para ella porque, como todo proceso, no es lineal: generalmente es necesario dar un paso para atrás para poder dar dos hacia delante. Había días en que se sentía más fuerte, tranquila, confiada de sí misma y de su capacidad para seguir adelante sola; pero en otros momentos volvía a sentir dolor y tristeza, las preguntas reaparecían y la hacían sufrir como el primer día.
Lo único nuevo fue que poco a poco le fue perdiendo el miedo a tener ‘días malos’, y así fue logrando aceptar que esos días también hacen parte del proceso, comprendiendo que en la vida no se trata de no tener problemas, sino de tener las mejores estrategias para saber cómo solucionarlos.
Por fortuna, la pastilla para la tusa no se ha inventado. Pretender que el dolor que esta genera desaparezca como por arte de magia, sin hacer ningún tipo de trabajo personal, esperando la ‘pastilla mágica’ que solucione todo, es una forma de ‘sacarle el quite’ momentáneamente a lo que tarde o temprano tendrá que enfrentar. Y entre más tiempo pase, mayor es la probabilidad de que la herida se infecte.
Aunque en un comienzo parece más fácil evitar el dolor, como cualquier evitación, con el tiempo se descubre que no sólo no se soluciona el problema, sino que empeora. El dolor, como todo en la vida, pasa: basta enfrentarlo para que la herida empiece a sanar más rápido. Y eso, por fortuna, es algo que todos podemos hacer.





 Lo extraordinario depende de la manera como vemos la realidad

XIMENA SANZ DE SANTAMARIA C.



“No hagas que tu felicidad dependa de lo que no depende de ti”, Epicteto.
Lo extraordinario y la realidad opinión de Ximena Sanz  Lo extraordinario depende de la manera como vemos la realidad.
Ver la cara de un niño chiquito cuando coge una flor con las manos, cuando se acerca a tocar un perro, cuando ve una fuente de agua, entre otras cosas, es increíble. Y es increíble porque con cosas tan sencillas, tan simples, tan aparentemente banales, el niño sonríe y disfruta sin estar esperando nada más extraordinario. Por el contrario: los niños tienen la capacidad de sorprenderse con todo lo que ven, con lo que tienen en frente, sin estar esperando nada más grande. Por eso, entre otras cosas, sonríen y están alegres a diario: porque lo que hay es más que suficiente.

A medida que van creciendo, los adultos empiezan a encargarse de quitarles esa capacidad de ser felices y de sorprenderse con las cosas más sencillas. Empiezan a generarles necesidades que no tienen a través de regalos cada vez más grandes, de una enorme cantidad de juguetes y ropa que satisface más los deseos de los padres que de los niños. Los llevan de viaje cuando ellos ni siquiera se pueden dar cuenta de la diferencia entre una ciudad y otra y así, poco a poco, con las mejores intenciones terminan generando los peores resultados (Wilde, O., tomado en Nardone, 2009).

“Una de las cosas que más me hace sufrir a diario es que siempre que me levanto estoy pensando que ese día me va a pasar algo extraordinario. Y he empezado a darme cuenta que lo extraordinario no depende de lo externo, sino de la manera como yo defino qué es extraordinario. Es ahí donde está mi problema”, me decía una mujer que a sus 50 años se estaba empezando a replantear la manera como había vivido su vida hasta el momento. Decía sentirse deprimida por momentos porque le costaba trabajo levantarse, y muchas veces al acostarse también sentía una tristeza profunda al constatar que, una vez más, no había pasado nada extraordinario en su vida. Todo seguía siendo parte de la misma rutina y eso la hacía sentirse sola y desencantada con el mundo.

La sociedad de consumo que todos nos hemos encargado de construir se ha estructurado sobre una creencia: la felicidad radica en que a diario nos debe ocurrir algo ‘extraordinario’ que nos produzca una gran satisfacción. Y el significado de lo ‘extraordinario’ generalmente va atado a la acumulación de cosas materiales, de riqueza, de viajes, de hacer algo que se salga de la rutina, estar en planes constantes cada vez más excitantes, etc. Pero si todo lo ‘nuevo’ tiene que ser en grande, y además estar relacionado con algo externo, de naturaleza material, necesariamente se va perdiendo –hasta desaparecer-, la posibilidad de disfrutar y sorprendernos con las cosas sencillas de la vida. Es ahí cuando todo nos empieza a parecer aburrido, obvio, cuando dejamos de ver lo extraordinario que es levantarse todos los días, poder respirar con los propios pulmones, tener salud, ser autosuficientes para comer, para ir al baño, para todo. Todos estos beneficios nos comienzan a parecer ‘lo normal’, y por eso dejamos de dar las gracias porque tenemos un lugar donde dormir, comida en el plato, familia, amigos, y muchísimas otras cosas que son extraordinarias. Pero dejan de serlo a medida que vamos abandonando los lentes con los cuales los niños viven su cotidianidad y vamos adoptando los de los adultos, desde los cuales nada es extraordinario.
“Es la primera vez en la vida que me doy cuenta que yo soy la que define lo que es extraordinario. Y claro, desde mi visión, nada de la vida diaria es extraordinario. Por eso siempre voy a estar esperando algo más, lo que necesariamente conlleva a sentir siempre un vacío al levantarme y al acostarme”. Aunque el trabajo con ella hasta ahora comienza, este ya es un primer paso, y el primer paso es la mitad del camino (Nardone, 2010).
Ver la vida diaria como una rutina aburrida, sin sentido, en la que la única manera de gozarla es buscando lo ‘extraordinario’, entendiendo como ‘lo extraordinario’ ganarse la lotería, irse a recorrer el mundo, comprar un carro más grande o más lujoso, montar en globo, acumular riqueza, etc., es una manera de vivirla. Como también es opcional empezar a ver lo extraordinario en la vida diaria, en los detalles más simples y sencillos que, por fortuna, ocurren todos los días. Depende de cada persona empezar a verlos como lo extraordinario. En resumen, como lo dijo el filósofo griego Epicteto, “no hagas que tu felicidad dependa de lo que no depende de ti”. Y hacerlo, ¡puede comenzar ya mismo!


 Evaluación  sobre lo visto en este taller
¿Qué cosas nuevas aprendí? ¿Qué me llamó la atención?
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 ¿Sobre qué contenidos voy a seguir profundizando?: ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿cómo?
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¿Qué quisiera aplicar durante los próximos días?
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 ¿Cuáles son sus conclusiones para el futuro?
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Comentarios adicionales
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