jueves, 10 de septiembre de 2015

LECTURA SOBRE TEMAS ÈTICOS



LECTURA 1

La cultura de la trampa en el país de las abejas.




La gran mayoría de colombianos nos creemos la última maravilla en la existencia. Vivimos gritando que somos inteligentes, emprendedores, felices, ‘echaos pa´lante’ que nada nos queda grande y que no escogimos nacer en Colombia, simplemente tuvimos suerte. Los colombianos nos las sabemos todas, así esto signifique pasar por encima de los demás. Desde los primeros años nos enseñan a ser competitivos, a ser los primeros en todo, a lograr las mayores ganancias, pero poco o nulo nos hacen énfasis en los deberes que tenemos como ciudadanos. Como parte de un engranaje para que una sociedad funcione. Esos deberes pasan a un segundo plano. Al cuarto de lo innecesario para ser exitoso. De buenas yo, de malas usted.
La mal llamada malicia indígena. Y mal llamada así porque nuestros antepasados indígenas eran nobles y trabajaban en equipo para construir en común. ¿Pero adivinen quién llegó? La conquista española. Parece ser que el gen maldito de la viveza viene de ahí. Desde cuando nuestros queridos amigos españoles de esa época, con sus monarcas y sus métodos no tan santos impregnaron esta maldita maña sobre nuestros indígenas. Eran tan nobles y queridos nuestros ancestros que los españoles no tuvieron ningún problema en aprovecharse de ellos. Lo más decepcionante es que cuando Colombia
se independizó del yugo español, quienes quedaron en el gobierno de la nación ¡¡¡continuaron haciendo lo mismo que tanto criticaron!!! Y 200 años después así seguimos.
Quien porta ese gen y lo desarrolla ni se entera. Cree que su actuación en sociedad es brillante y debe ser aplaudida. De hecho, hay quienes celebran este tipo de comportamientos.
• La firma de abogados logró hacerle el quite a la ley para apoderarse de baldíos de la nación y engañar al Estado ¡Qué abogados tan brillantes!
• El abogado que tumbó a la viuda y aun así logró ser magistrado. ¡Qué ingenioso!
•  El tino Asprilla vende sus bienes o los traspasa para evitar una demanda por alimentos. ¡Te amamos, Tino!
• Hijos de políticos que usan sus influencias en el gobierno para montar empresas y realizar grandes negocios. ¡Bravo! ¡Qué ejemplo de emprendimiento!
País de abejorros.

Ese destructivo gen viene en el organismo de todo colombiano. La diferencia es que algunos pocos han aprendido a controlarlo porque oportunidades para ser avivato en el país hay miles y miles. Todos los días en el acontecer laboral, en las relaciones con los demás, en el tráfico, en la oficina, en los negocios. Los ejemplos abundan a nivel personal:
• Mucho pendejo este cajero que no me cobró unos productos.
• Aquí suavecito voy haciendo doble fila con mi carro para girar. Eso nadie se da cuenta.
• Me hago el dormido en el bus para no cederle el puesto a una mujer en estado de embarazo o a un adulto mayor.
• Seguro si me parqueo en el espacio para personas con discapacidad física del Centro Comercial, nadie lo notará.
• Haré en el carro este cruce prohibido para ahorrarme el trancón. Espero que no haya un policía cerca. Pero si me roban el celular, gritaré ¿Dónde está la policía?

País de ‘De malas por bobo’.


Y en la historia colombiana grandes avivatos han llegado a las altas esferas del poder público y privado a través de triquiñuelas. Y ahí siguen porque son tan vivos que saben cómo hacerle el quite a la ley, cómo diseñar la trampita, cómo engañar al inocente, cómo atornillarse en el poder.¡Voten por mí!
Porque ser vivo paga, y paga muy bien. ¡Ay qué orgulloso me siento de ser buen colombiano! Nos inundó la cultura de la trampa. De la trampa legal o
ilegal. La que sirva. La trampa más rápida y efectiva. No importa si usted un
colombiano del común, o un funcionario público.

Hoy los tenemos de magistrados, presidentes, senadores, concejales, presidentes de empresas, autoridades de fuerza pública y millones en el diario vivir. Ese tramposito que se aprovecha del inocente, del noble, del que quiere hacer las cosas correctamente. En lugar de  pensar y construir colectivamente esta sociedad y elevar el grado de capital social para avanzar como nación, nos enfocamos en cómo aprovecharnos de la menor debilidad de los demás para ganarles. Campeones de la trampita. Del todo vale. País de ‘pseudoavispados’


La pregunta es ¿nos ha servido ser vivos? Les ha servido seguramente a los avivatos, porque en Colombia pareciera que la ley está hecha para defender a quien la viola, que a quien la cumple. Lo que no entienden estos abejorros, y seguramente nunca lo entenderán, es que esas pequeñas actitudes, desde colarse en una fila hasta parquearse cinco minuticos en plena avenida y en hora pico, ocasionan un detrimento como sociedad. El individualismo que destroza los países
Y si usted lo hace y cree que nadie hace nada, tenga la seguridad de que se equivoca. Muchos lo están insultando mentalmente, pero no se lo dicen. Porque vaya usted reclámele a otro un comportamiento ciudadano ejemplar. Llega el insulto, la patada, el puñal o el disparo en la frente.
País de salvajes.
Cuenta la fábula que un colombiano inventó la máquina para viajar en el tiempo. Lo primero que hizo fue regresar varios siglos atrás a encontrar el primer colombiano que intentó colarse en una fila. Lo corrigió fuertemente. Una vez regresó al presente, Colombia era una de las potencias más desarrolladas del mundo.
 ¡Qué lejos estamos!

Nota: Ninguna abeja o abejorro real fueron maltratados al escribir este artículo. Y me disculpo por comparar a semejante animal tan productivo, trabajador y colaborador con su colmena, con semejantes avivatos colombianos que pululan en el país.

LECTURA 2


EL HURTO FAMILIAR



Corrupción es un nombre lejano para este hurto cotidiano que nos es familiar. Abusos y saqueos estandarizados están disueltos en un mar público que es de todos y de nadie.
Por: Ana María Cano Posada
Pero visto en detalle, el punto al que se ha llegado deja claro un hábito del hurto en Colombia.
El cartel de los pañales es la escala uno a uno de hasta dónde llega a la vida doméstica la normalización del desmán, el desjarete ético y los cero principios de quienes sacan ganancias a cada consumidor de lo que gana luchado cada día para volverlo usura.
Se han saqueado pensiones, regalías, contratos, empresas de salud; sobrefacturado medicamentos de primera necesidad y de enfermedades calamitosas; se ha constituido el cartel del agua en Santa Marta, donde bananeros y ganaderos secan el río Manzanares y desvían el suministro de tuberías públicas para sus propiedades; se corta el ciclo natural del agua al desecar humedales con pastizales en Córdoba, Yopal y otras cuencas de este país, despojando el potencial hídrico público para rentabilizarlo en privado.
Se ven robos a la luz pública. Nules y el cartel de contratos en Bogotá; Carlos Palacino y Saludcoop a cinco millones de afiliados; desfalco de Foncolpuertos y Luis Hernando Rodríguez es hoy tranquilo pensionado; Blanca Jazmín Becerra y el robo millonario a la DIAN con devoluciones del IVA; la familia Villegas Moreno de CEO que hoy tiene quebrados a cientos de ahorradores que compraron vivienda a una empresa en el filo de lo ilegal por materiales y cálculos fallidos; poderosos beneficiarios de Agro Ingreso Seguro que nada necesitaban, y su gestor, Andrés Felipe Arias, huye de una condena de 17 años; el Ministerio de Salud da la lista de sobrecostos en Colombia de cientos de medicamentos y los laboratorios farmacéuticos reprenden al descorregido ministro Gaviria por el obediente embajador en Washington, para que se vuelva a pagar lo que digan.
Pero nunca antes se vio tan cerca, con nombre y apellidos, a los empresarios de postín explotando la necesidad de la compra anual de mil millones de pañales por un cartel que fija precios y restringe la distribución del artículo sensible para dos millones de bebés que hoy crecen en Colombia. Porque está a manos de cada uno de los compradores de 770 millones de pesos durante 15 años que desembolsaron del presupuesto familiar hasta 900.000 por año (más de un salario mínimo) para alcanzar esta mercancía, lo que indigna al cobijar toda la escala social.
Y la manera soterrada de hacer el cartel mafioso con acuerdos de subir hasta el 10% del precio, limitar promociones y controlar la distribución. Tecnoquímicas de Cali, Familia de Medellín, Colombiana Kimberly de Tocancipá y Drypers de Cauca. Dos de esas empresas (que están en reserva) que antes ofrecieron invitaciones todo pago a la competencia, sus directivos divinamente cantaron como curtidos delincuentes. Y también el papel higiénico y los cuadernos los revisa esta Superintendencia de Industria y Comercio, en manos de Pablo Felipe Robledo, que con el método de investigación con beneficios por delación ha logrado destaparlos.

Se ve en escala real el hueco de principios al que nos habituamos en la cueva de Alí Babá donde la malversación del dinero público ha pasado también al privado. El hurto se ha hecho habitual y en el hueco ético ya fuimos cayendo todos y, sin que haya sanción social, lo ilegal va haciéndose norma.


LECTURA 3

¡Usted no sabe quién soy yo!





A los indios y negros que en el atrio de La Candelaria conversaban o fumaban tabaco, el oidor Juan Antonio Mon y Velarde mandaba a darles azotes.
Por: Reinaldo Spitaletta

¡Ah!, de otro lado, ningún plebeyo, como decir un comunero, podía rebelarse contra la Corona, porque era sujeto de muerte, como le pasó a Josef Antonio Galán, que parece no sabía con quién diablos se estaba metiendo. El mismo oidor y visitador de marras fue quien suscribió la condena capital del insurgente.
Una vieja mentalidad, desde los tiempos coloniales, que se fundamenta en el desprecio por los pobres, por los que no son hidalgos (hijos de algo, de alguien con oro), ni pertenecen a las élites, es la que todavía se expresa no solo con soberbia, sino llena de irrespetos por la legalidad y la convivencia pacífica. Todavía algunos, no pocos, se creen miembros del criollaje y la españolería, aquella que limpiaba sus sangres comprando títulos nobiliarios, y que nada tenían que ver (¡ni riesgos!) con juderías y morerías, y menos con indios y negroides.
Colombia, que desde hace doscientos años la gobiernan clubes exclusivos y excluyentes, que el poder se ha turnado entre las distintas élites y castas de “mejor familia”, que se quedaron con las tierras más fértiles, claro, las de los indígenas, a los que hoy se les sigue dando palo y bala, ha desarrollado comportamientos que se fundamentan en el presunto abolengo y en la posesión de riquezas. Yo mando porque tengo dinero, porque mi papá es o fue presidente, porque mi abuelo es dueño de un banco, porque el poder del oro me ha dado privilegios sobre el populacho. Y así.
Como pertenezco a una crema soy inmune y puedo hacer lo que me venga en gana, que la ley no puede tocarme. Es vieja y nueva tal mentalidad, sobre todo en un país que ha basado su existencia en las ingentes desigualdades sociales, en los galones y metales de una minoría, y en la desventura socioeconómica de millones de ciudadanos. En la teoría, todos somos iguales ante la ley. La vida cotidiana ha demostrado lo contrario, y vuelve y juega la sabiduría popular: “la ley es para los de ruana”.
La actitud de un mequetrefe apellidado Gaviria, que volvió a esgrimir ante la policía y unos taxistas el célebre “usted no sabe quién soy yo”, como síntoma de que cuando se tienen influencias, parentescos con poderosos, riquezas materiales, se puede hacer lo que se le da la gana, volvió a poner en evidencia las taras de una vieja enfermedad social. Las élites oligárquicas produjeron, desde el siglo XIX, una serie de comportamientos que las distinguían del vulgo, pero, además, las ponía por encima de la ley y los cacareados preceptos de igualdad. Para ellas, los de arriba, siempre deben estar arriba, y los de abajo, abajo. Y listo.
Los linajudos han crecido con complejo de superioridad, que se les promueve en hechos y discursos. Un ejemplo histórico, se puede encontrar en la creación del modelo empresarial antioqueño, de principios del siglo XX, en el que, en una alianza Estado-Iglesia, se enquistaron “valores” de que al trabajador había que mantenerlo alejado de protestas y reivindicaciones sociales, a punta de sobaditas de hombro (gerentes que se paseaban por las plantas fabriles), patronatos y paternalismos.
Después, advino la cultura mafiosa, que aprovechó un territorio abonado de dispositivos sociales instaurado por las élites, y se irguió con el poder del dinero, mediante amenazas, atentados, exhibicionismos ramplones y otros mecanismos. Los nuevos ricos, arribistas y ordinarios, se abrieron camino a punta de ostentaciones, vulgaridad y bala. Y en este punto, volvió a sonar el “usted no sabe con quién se está metiendo”. Los narcotraficantes, con su poder económico, compraron instituciones, autoridades y a algunos miembros de las élites tradicionales, que se postraron ante el “gran señor es don dinero”.
La mentalidad colonial de orgullos (vanidades) anclada en el poder del oro, se prolongó en Colombia en las cofradías oligárquicas, y también en lo que el común denomina “carangas resucitadas”, y hace carrera entre hijos de papi, delfines y otros gomelos que creen que se pueden pasar todo por la faja, solo porque pertenecen al poder político y económico. Lo que en este país parece dar licencia para el ejercicio de desafueros y otras patochadas. ¿Quién diablos se creerán estos patanes?



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